Los testimonios comprometen cada día más al represor Jorge Appiani

22/10/2014

Juan Cruz Varela El suyo era un rol específico; no sostenía la picana eléctrica, pero su voz quedó grabada en la memoria de todos los presos políticos que lo padecieron. Jorge Humberto Appiani era quien conducía interrogatorios bajo tortura en los centros clandestinos de detención que funcionaron la ciudad de Paraná. Juan Cruz Varela El


Juan Cruz Varela

El suyo era un rol específico; no sostenía la picana eléctrica, pero su voz quedó grabada en la memoria de todos los presos políticos que lo padecieron. Jorge Humberto Appiani era quien conducía interrogatorios bajo tortura en los centros clandestinos de detención que funcionaron la ciudad de Paraná.

“La voz se graba mucho en esos casos; yo estuve catorce días en la parrilla, sometido todos los días a torturas y en esas circunstancias las voces quedan grabadas; esa voz no la puedo confundir”, dijo ayer Carlos Isidoro Weinzettel, al hablar de Appiani, en la audiencia de ratificación de sus declaraciones, en el juicio escrito por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar en la denominada Área Paraná.

Appiani estuvo 15 meses en Paraná, entre 1976 y 1977, y desempeñó en aquellos años una doble función. Por un lado, en lo estrictamente formal, era auditor y auxiliar del consejo de guerra estable, es decir, una especie de asesor letrado de los tribunales militares; pero en los hechos estaba a cargo de la articulación de las instrucciones militares clandestinas, tenía a su disposición a los presos políticos y era quien confeccionaba los antecedentes documentales y elaboraba las declaraciones que luego se les atribuía a los detenidos en las parodias de juicios ante los tribunales militares.

Los ex presos lo ubican en la casita ubicada detrás de la Base Aérea, en el Escuadrón de Comunicaciones del Ejército, en las casas operativas que tenían los militares en cercanías de los cuarteles, en la “casa del director” y en la “unidad familiar”, las dos oficinas de la cárcel dispuestas para torturar. Siempre la misma voz, una voz que reaparecía en el consejo de guerra y se presentaba (ahora) con su nombre y apellido.

Weinzettel volvió a encontrarse con Appiani en los pasillos de la cárcel, previo al consejo de guerra en el que fue juzgado por el homicidio de Jorge Cáceres Monié.

–Usted me interrogó, para no decir me torturó –dice haberle dicho.
–No, Weinzettel, con vos no pasa nada –fue la respuesta de Appiani.
–Usted sabrá –replicó finalmente el militante.

A pesar de lo que le dijo Appiani, Weinzettel fue condenado a 21 años de prisión en esa parodia de juicio, donde su defensa estuvo a cargo un músico de la banda militar, de apellido Puebla, que no era abogado y “no tenía ni idea”, recordó.

Una voz en la tortura

Weinzettel fue privado ilegalmente de la libertad el 21 de agosto de 1976. Personas que se identificaron como de fuerzas conjuntas se lo llevaron de su casa, junto con su esposa, Alicia Ángela Ferrer. A Weinzettel lo llevaron a la sede de la Policía Federal, donde recibió una golpiza y hasta le arrojaron agua caliente en la cabeza.

Lo que siguió fue todavía más atroz. Estuvo dos semanas en un lugar que se presume sería la casita de la Base Aérea, con los ojos vendados, atado de pies y manos a un camastro de hierro, con tejido de alambre, sometido diariamente a torturas. La primera semana le aplicaron picana eléctrica y no le dieron ningún alimento ni líquido, mientras que la segunda semana recibió golpizas permanentes.

“Les pedía agua y me decían que no podían darme nada porque me pasaban la picana y me iban a reventar”, relató ayer ante el juez Leandro Ríos.

En esas circunstancias fue que oyó por primera vez esa voz que identificaría en el consejo de guerra. “Era Appiani quien interrogaba; los otros se dedicaban a los golpes y a la picana; aún cuando no tuviera nada que decir, era como si quisieran obligarme a que dijera cosas”, refirió Weinzettel. “Pero las torturas no eran solo en el interrogatorio, porque los guardias seguían golpeándome durante todo el día”, agregó.

Si bien dijo no haber recibido asistencia médica, aseguró que en ese mismo lugar, que sería la casita de la Base Aérea, notó en un momento la presencia de una persona que le agarró un brazo para tomarle el pulso. Esa voz que luego identificó como la de Appiani le preguntó a quien sería un médico si Weinzettel estaba bien, a lo que respondió afirmativamente. “Supongo que el motivo era saber si podían seguir manteniéndome en esa condición”, intentó explicar Weinzettel, es decir, si soportaría más pasajes de corriente eléctrica por su cuerpo, y acotó que la preocupación obedecía a que por esos días se comentaba que Victorio Coco Erbetta habría fallecido en una sesión de tortura.

Después de padecer esos tormentos, Weinzettel fue conducido a los cuarteles, dos semanas después fue derivado a la cárcel de Gualeguaychú y luego de tres días quedó alojado en la unidad penal de Paraná, donde se realizó el consejo de guerra.

Weinzettel también dedicó un párrafo al director de la cárcel: “(José Anselmo) Appelhans sabía que yo venía de recibir tortura” y agregó: “A mí no me volvieron a sacar para torturar, pero a otros muchachos sí”, acotó luego. Ya en la declaración que dio en 2009 había denunciado “la total complicidad de director de la cárcel” y había dicho que “en la cárcel el trato del personal fue bastante bueno, pero el trato del director (Appelhans) no era bueno, siempre actuó de forma intimidatoria hacia ellos, siempre insinuando o agrediéndolos de palabra”.

Con la pistola en la mano

Ayer también debía dar testimonio Roque Ramón Gutiérrez, un ex preso político que fue incluido en la nómina de testigos a pesar de haber fallecido hace unos meses.

Gutiérrez fue secuestrado el 19 de octubre de 1976 por personas vestidas de civil e inmediatamente trasladado al Escuadrón de Comunicaciones del Ejército, donde fue interrogado, amenazado, golpeado y sometido a pasajes de picana eléctrica. También señala a Appiani como quien dirigía el interrogatorio y afirmó que en una ocasión sus verdugos lo sentaron en una silla, le pusieron una soga alrededor del cuello y el propio Appiani le puso un arma en la cabeza, gatilló y le dijo:

–Te voy a mandar a la cárcel, porque por ahora estás limpio, pero no te olvides que faltan otros que caigan y, a la hora que sea, yo te voy a ir a buscar.

Luego de eso fue trasladado a la unidad penal, pero al cabo de unos días, volvieron a sacarlo, lo condujeron al frente del edificio y volvió a encontrarse con Appiani.

–Como te había dicho, te vine a buscar –le dijo.

Entonces lo encapucharon y lo llevaron a interrogar a un lugar donde lo ataron a una cama, desnudo y mojado. Después lo devolvieron a la cárcel, lo llevaron a un lugar que era conocido como “casa del director” y otra vez Appiani lo obligó a firmar una declaración autoincriminatoria, que también llevaba las firmas del policía Carlos Horacio Zapata y el militar Alberto Rivas, y que fue lo que sustentó su condena en el consejo de guerra.

Más torturas en la Base Aérea

En la audiencia de ayer también declaró Juan Domingo Rumite, otro ex detenido político, quien debió ratificar las tres declaraciones que ha dado desde que fuerzas conjuntas lo arrancaron de su casa, en el barrio Las Flores, el 16 de noviembre de 1976. Personas vestidas de civil lo encapucharon, lo metieron dentro del baúl de un automóvil y se lo llevaron. Todo delante de su esposa embarazada y de sus hijos de 10, 8 y 4 años.

Rumite contó en ocasiones anteriores que fue torturado en un lugar que presume sería la casita cercana a la Base Aérea, puesto que oyó sonidos de aviones y de animales en las inmediaciones. Allí fue obligado a desnudarse, atado de pies y manos a cada una de las patas del elástico de una cama sin colchón, le colocaron un trapo sobre el cuerpo, al que los verdugos mojaron y le aplicaron pasajes de corriente eléctrica. La tortura, que se extendió por cinco o seis días, incluyó golpes y amenazas de que lo mismo le harían a su familia.

Luego fue trasladado a la cárcel y tres veces fue retirado del pabellón y conducido a la “casa del director” y a la “unidad familiar”, siempre encapuchado, y nuevamente sometido a golpes, puntapiés y amenazas de que volverían a picanearlo. Allí también fue obligado a firmar una declaración que luego fue utilizada en el consejo de guerra, una parodia de juicio militar en el que terminó condenado a diez años de prisión.

Fuente: El Diario.